lunes, 17 de agosto de 2020

Todavía el peronismo

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Resulta sumamente curioso pero a esta altura del siglo XXI cuesta creer que existan aún personas que seriamente se dicen peronistas. Se ha probado una y mil veces la corrupción astronómica del régimen (Américo Ghioldi, Ezequiel Martínez Estrada), su fascismo (Joseph Page, Eduardo Augusto García), su apoyo a los nazis (Uki Goñi, Silvano Santander), su censura a la prensa (Robert Potash, Silvia Mercado), sus mentiras (Juan José Sebreli, Fernando Iglesias), la cooptación de la Justicia y la reforma inconstitucional de la Constitución (Juan A. González Calderón, Nicolás Márquez), su destrucción de la economía (Carlos García Martínez, Roberto Aizcorbe), sus ataques a los estudiantes (Rómulo Zemborain, Roberto Almaraz), las torturas y las muertes (Hugo Gambini, Gerardo Ancarola), la imposición del unicato sindical y adicto (Félix Luna, Damonte Taborda). ¿Qué más puede pedirse para descalificar a un régimen?

A este prontuario tremebundo cabe agregar apenas como muestra cuatro de los pensamientos de Perón, suficientes como para ilustrar su catadura moral. En correspondencia con su lugarteniente John William Cooke: "Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro. Esto mismo regirá para los simples soldados que realicen una acción militar" (Correspondencia Perón-Cooke, Buenos Aires, Editorial Cultural Argentina, 1956-1972, vol. I, p. 190).

También proclamó: "Al enemigo, ni justicia", carta de Perón de su puño y letra dirigida al secretario de Asuntos Políticos Román Alfredo Subiza, en J. J. Sebreli, Los deseos imaginarios del peronismo, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1983, p. 84. En otra ocasión anunció: "Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores", discurso de Perón por cadena oficial de radiodifusión el 18 de septiembre de 1947, Buenos Aires. Por último, para ilustrar las características del peronismo, Perón consignó: "Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente" (Marcha, Montevideo, 27 de febrero de 1970).

Algunos aplaudidores y distraídos han afirmado que "el tercer Perón" era distinto, sin considerar la alarmante corrupción de su gobierno realizada principalmente a través de su ministro de economía José Ber Gelbard, quien además provocó un grave proceso inflacionario, que denominaba "la inflación cero" y volvió a los precios máximos de los primeros dos gobiernos peronistas, donde al final no había ni pan blanco en el mercado; el ascenso de cabo a comisario general a su otro ministro, cartera curiosamente denominada de "bienestar social", para, desde allí, establecer la organización criminal de la Triple A. En ese contexto, Perón, después de alentar a los terroristas en sus matanzas y felicitarlos por sus asesinatos, se percató de que esos movimientos apuntaban a copar su espacio de poder, debido a lo cual optó por combatirlos y también, a la vuelta de su exilio, se decidió por abrazarse con Ricardo Balbín, un antiguo opositor que a esa altura se había peronizado.

A nuestro juicio la razón por la que se prolonga el mito peronista se basa en la intentona de tapar lo anterior con una interpretación falaz de lo que ha dado en llamarse "la cuestión social". Esto ha penetrado en prácticamente todos los ámbitos de la vida social. No son pocos los conservadores que argumentan que no es cierto que Perón haya sido pionero en materia social, ya que lo fueron ellos, los conservadores, y así se suscita una carrera para ver quiénes fueron los adelantados en este tema, sin percatarse de que precisamente en la cuestión social estaba el problema, especialmente para los más necesitados.

Lo primero es comprender cuál es la causa de los ingresos y los salarios en términos reales, que reside en la tasa de capitalización, es decir, ideas innovadoras, maquinaria, tecnología, equipos que hacen de apoyo logístico al trabajo al efecto de incrementar su rendimiento. No hay otra cosa. Si observamos el mapa del mundo, concluiremos que allí donde las referidas tasas de capitalización son mayores, también resultan mayores los ingresos. Sin duda que para que esas inversiones tengan lugar es menester que los marcos institucionales garanticen el uso y la disposición de las respectivas propiedades. Los salarios no son, en modo alguno, más altos debido a la generosidad ni a la prebenda, sino que, como queda dicho, son el fruto de mayores inversiones per capita.

Los pagos adicionales con automóviles, seguros de salud, vacaciones, reducciones de jornadas laborales, oficinas elegantes, bonos y premios varios, músicas funcionales, coberturas por accidentes y todo lo que uno pueda imaginarse de atenciones no son consecuencia del decreto sino de las tasas de capitalización que obligan al empleador a proceder de esa manera. Al contrario, el decreto que se traduce necesariamente en montos superiores a los del mercado (de lo contrario no tiene sentido el decreto) expulsa a los destinatarios y los condena al desempleo. Generalmente los destinatarios de los decretos de salarios mínimos, vacaciones, jornadas laborales y aguinaldos (esto último es un insulto a la inteligencia, ya que inexorablemente significa menores salarios durante el resto año), habitualmente son los que más necesitan trabajar, que, paradójicamente, son los que primero son desempleados, cuando no se intenta disimular a través de la inflación que derrite salarios. Si esos mal llamados beneficios se extendieran a los gerentes y otros funcionarios de jerarquía, es decir, si las remuneraciones por decreto superaran sus retribuciones, ellos serían los expulsados del mercado y condenados al desempleo.

No hay magias en economía, los factores de producción son escasos (si hubiera de todo para todos todo el tiempo, no habría necesidad de trabajar) y el factor por excelencia es el trabajo intelectual y manual, ya que sin su concurso no puede concebirse la producción de ningún bien o la prestación de servicios. No hay por ende sobrante de aquel factor escaso en un mercado abierto, a saber, allí donde los arreglos contractuales son libres. En cambio, como decimos, cuando los aparatos estatales intervienen, el resultado es la desocupación.

En una sociedad abierta, los sindicatos son manifestaciones libres y voluntarias en las que deciden los asociados cuáles han de ser sus características, pero lo que es incompatible con la libertad es la sindicación y los aportes forzosos como lo son en la mayor parte de las sociedades en las que se impone una legislación fascista del unicato, como, por ejemplo, la establecida por el peronismo, es decir, las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos que Perón copió de la Carta del Lavoro de Benito Mussolini.

Por su parte, las huelgas significan que los trabajadores, contemplando los contratos previos, pueden ejercer su derecho a no trabajar, que es muy diferente a imponer por la fuerza que otros no trabajen, lo cual se basa en la intimidación y no en elecciones voluntarias.

En este sentido, las denominadas "conquistas sociales" del peronismo han constituido un obstáculo formidable para el incremento de los salarios en términos reales de los más débiles económicamente, debido a los desajustes señalados, lo que se agrava si simultáneamente se adoptan políticas que de hecho bloquean las inversiones al distorsionar precios con pretendidos controles, establecer alta presión tributaria, introducir manipulaciones monetarias y en el sector externo, tal como lo hicieron los gobernantes peronistas y sus imitadores.

Asimismo, el peronismo en su primera etapa aniquiló innumerables ahorros de quienes colocaban sus fondos en pequeños terrenos y departamentos para alquilar que fueron destruidos con las leyes de alquileres y desalojos, al tiempo que se estableció compulsivamente un sistema que anticipadamente estaba quebrado como es actuarialmente el de reparto, lo que se agravó cuando se utilizaron esos recursos para fines partidarios.

Francamente, si se pudieran lograr mejoras en el nivel de vida por medio del decreto que da lugar a las antedichas "conquistas sociales", deberíamos ser más generosos y hacer de una vez millonarios a todos, pero lamentablemente las cosas no son así. Finalmente, también debe destacarse que esas pretendidas conquistas dan lugar a todo tipo de chicanas y corruptelas en el fuero laboral que encarecen aún más el proceso productivo. El apoyo y el soporte mejor y más eficaz para el trabajador, que, aunque resulte en un pleonasmo, son todos los que trabajan y no los de una "clase", es contar con un Estado de derecho robusto en cuyo contexto opera una Justicia expeditiva para proteger los derechos de todos y no que se acepte que sólo vayan presos los ladrones de gallinas, mientras quedan impunes políticos corruptos. Esta tendencia se extiende, entre otras muchas cosas, cuando se da cabida a pseudoempresarios que operan al amparo del poder político que les otorga mercados cautivos para explotar a la gente.

¿Qué se puede hacer entonces con el peronismo? Absolutamente nada más que intentar persuadirlos del error y de los serios problemas que generan sus ideas para todos, pero muy especialmente para los más pobres, que aumentan su pobreza cada vez que aquellas propuestas se ejecutan. Como he consignado con anterioridad, todas las ideas deben competir en el debate y en las urnas, por más estrafalarias que resulten.

Todos provenimos de las cavernas y de la miseria, es decir, del 100% bajo la línea de pobreza. La forma de progresar consiste en el respeto irrestricto a los logros del vecino y no recurriendo a la fuerza para arrancar el fruto del trabajo ajeno. Cuando votamos en el supermercado y afines, estamos asignando recursos y consecuentemente establecemos diferencias en los patrimonios según cómo satisfagan nuestras demandas. La redistribución coactiva de los aparatos estatales contradice aquellas indicaciones y por ende desperdicia capital, lo que indefectiblemente reduce niveles de vida.

Por último y como una nota al pie, transcribo una carta del ministro consejero de la Embajada de Alemania en Buenos Aires Otto Meynen a su "compañero de partido" en Berlín, capitán de navío Dietrich Niebuhr O.K.M, fechada en Buenos Aires, 12 de junio de 1943, en la que se lee: "La señorita Duarte me mostró una carta de su amante en la que se fijan los siguientes lineamientos generales para la obra futura del gobierno revolucionario: 'Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño que los mantengan en brete'" (copia de la misiva mecanografiada la reproduce S. Santander en Técnica de una traición. Juan D. Perón y Eva Duarte, agentes del nazismo en la Argentina, Buenos Aires, Edición Argentina, 1955, p. 56). La cita de Perón es usada también por Santander como epígrafe de su libro.

De www.infobae.com

sábado, 18 de julio de 2020

El peronismo o justicialismo entre 1946 y 1955

Por Álvaro C. Alsogaray

El 24 de febrero de 1946 Perón fue elegido Presidente de la Nación en comicios libres que significaron el fin de un largo periodo durante el cual las prácticas electorales estuvieron viciadas por fraudes que cometían sucesivamente los partidos mayoritarios. A las elecciones de 1946 concurrieron dos agrupaciones principales. Una de ellas, titulada Unión Democrática, estaba integrada por los partidos tradicionales (radicales socialistas, demócratas progresistas y otros) y se sumaron a ella grupos diversos incluido el Partido Comunista. Esta circunstancial asociación respondía al deseo de oponerse a Perón, cuyo crecimiento electoral e ideología implícita despertaban preocupaciones.

La otra agrupación se formó en torno a Perón, sobre la base de núcleos conocidos bajo rótulos diversos sin mayor significación política, entre ellos el Partido Laborista, del líder sindical Cipriano Reyes. La dinámica de esta agrupación, que terminó denominándose peronismo o justicialismo, fue avasalladora debido a la acción de Perón y Evita con el apoyo intuitivo y emocional de importantes sectores de la población, sobre todo de los trabajadores asalariados que orgullosamente se denominaban "descamisados". Dicha agrupación triunfó en las elecciones. Ese triunfo abrió un largo periodo de vigencia del peronismo, que se extendió hasta la muerte de Perón en 1974 y perdura todavía.

Este dilatado lapso de 47 años constituye una etapa especial de la vida argentina, que se desarrolló bajo la influencia de ese fenómeno político ciertamente excepcional que fue Perón, tanto como hombre de Estado de formación dictatorial, como demagogo de extraordinaria penetración en "las masas".

La evolución de Perón y su desempeño como gobernante y político estuvieron fuertemente influidos por el sistema económico que sobre la base de tendencias estatizantes comenzó a manifestarse a partir de 1930. Esa tendencia recibió un impulso decisivo al instalarse el gobierno peronista. Perón se consideraba a sí mismo como un demócrata ajeno al "culto de la personalidad". Afirmó, en su momento, que políticamente en la Argentina sólo se podía ser "radical o conservador" y al poco tiempo terminó organizando el peronismo y gobernando con mano férrea.

¿Cómo se produjo esa mutación? Obviamente tiene mucho que ver la idiosincracia de Perón, pero el sistema económico implantado desde los comienzos de su gestión fue determinante para la configuración del régimen que habría de imponer durante sus diez años de gobierno. Esta última consideración tiene gran importancia dentro del análisis de la interrelación entre la política y la economía que estamos efectuando. El tema había sido ya tratado por Hayek en su Camino de Servidumbre, y constituye la tesis fundamental de ese libro.

Dice Hayek, refiriéndose a las causas que arrastraron a Alemania hacia el totalitarismo nazi: "El problema no está en que los alemanes, como tales, son malos, lo que congénitamente no es probable que sea más cierto de ellos que de otros pueblos, sino en determinar las circunstancias que durante los últimos setenta años hicieron posible el crecimiento progresivo y la victoria final de un conjunto particular de ideas, y las causas de que, a la postre, esta victoria haya encumbrado a los elementos más perversos. Hemos abandonado progresivamente aquella libertad en materia económica sin la cual jamás existió en el pasado libertad personal ni política". Lo dicho para Alemania y el nazismo es aplicable a la Argentina y el peronismo. En nuestro país fueron las ideas elaboradas durante los años que van de 1930 a 1946 y el breve periodo durante el cual se gestó el surgimiento del peronismo, ideas contrarias a la libertad económica y la filosofía liberal, las que finalmente hicieron posible el triunfo de aquél.

La advertencia de Hayek, a la luz de lo que estaba ocurriendo en la Argentina en 1945-1946 y los primeros y cada vez más drásticos avances de Perón sobre la economía privada, fue para mí una verdadera revelación y me llevó a examinar al peronismo desde ese ángulo. Hoy creo más que nunca en la validez de aquella tesis. El totalitarismo económico engendra el totalitarismo político. No puede haber verdaderas libertades individuales si no hay libertad económica. Pero el problema no reside tanto en los casos extremos, donde las evidencias son concluyentes; la cuestión radica en las posiciones intermedias donde hay una dictadura económica total y se mantiene la ficción de una democracia.

Estas soluciones a "mitad de camino" son ineficientes y política y socialmente insatisfactorias. Si bien no suscitan grandes reacciones en los pueblos y hasta en algunos casos cuentan con apoyo popular, esos enfoques característicos de las social-democracias terminan produciendo graves daños a la comunidad. Pero en el caso de Perón, el régimen instaurado por él, a pesar de que oficialmente se lo consideraba como de tercera posición, no era en realidad sino un definido intento nacional-socialista cuya configuración y evolución se ajustaba rigurosamente al pronóstico de Hayek. (La "tercera posición" de Perón se refería a la ubicación del país en el ámbito internacional, entre lo que representaba Estados Unidos y lo que significaba la Unión Soviética. Pero "tercera posición" implicaba también un camino intermedio entre la economía de mercado y la economía planificada característica del sistema socialista).

Tal vez esa calificación del peronismo como nacional-socialismo pueda parecer excesiva, sobre todo si se comparan las modalidades de ese régimen con las del nazismo. Pero técnicamente es irrefutable. Sobre todo si nos referimos al ámbito económico-social. Los métodos aplicados por el peronismo son definidamente socialistas. En cuanto al nacionalismo, su influencia en la conformación del peronismo es por demás evidente, tanto en el campo de la economía como en el de la política.

Perón llegó a configurar un régimen totalitario de características nacional-socialistas, como consecuencia de una creciente y cada vez más amplia intervención dictatorial del Estado en la economía. Resultaría monótono, y ciertamente escaparía a los límites de este trabajo, describir detalladamente el rápido proceso que condujo a esa regimentación. Pero vale la pena recordar algunos aspectos de ese proceso.

Todos los servicios públicos y grandes empresas consideradas estratégicas o "depositarias" de la soberanía nacional fueron estatizadas. Los ferrocarriles, los teléfonos, las líneas aéreas, las flotas marítimas y fluviales; los puertos; la explotación del petróleo, el gas, la energía eléctrica, el carbón, el hierro y otros recursos naturales; los más grandes bancos; la mayor parte de la industria naviera y aeronáutica; las presas y diques; la elaboración del cobre; la energía atómica; los seguros y reaseguros; las fábricas de pólvora, de armas y de equipos militares, y los transportes terrestres, pasaron a manos del Estado o fueron colocados bajo la administración estatal.

La estatización de los ferrocarriles fue considerada y festejada como un símbolo de la recuperación de nuestra soberanía (cuarenta y cinco años después, habiendo ocasionado durante ese prolongado lapso tremendas pérdidas que debió soportar el pueblo argentino y en estado total de obsolescencia e ineficiencia, debieron ser privatizados para evitar su colapso).

Pero el avance del Estado sobre las actividades privadas no se limitó a las citadas estatizaciones. Se extendió a todos los ámbitos del quehacer económico, aun cuando "nominalmente" se mantuviera el régimen de propiedad privada, a través del control de precios, salarios y tipos de cambio; de las exportaciones e importaciones, buena parte de las cuales fueron estatizadas al crearse el IAPI; de las regulaciones de todo tipo especialmente en el campo laboral; del control de los arrendamientos y los alquileres, y de innumerables reglas restrictivas en las más diversas actividades.

Esta intervención del Estado en la economía, que en un sentido amplio denominamos "dirigismo", y que se encuentra en la base del nacional-socialismo, es una de las variantes del colectivismo. Se diferencia de la versión comunista en que ésta implica la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, mientras que el nacional-socialismo mantiene esos medios en manos particulares, pero regula, controla y regimenta toda la actividad productiva y la distribución. Los resultados son ciertamente similares. Hitler llegó a decir que lo admiraba a Stalin por su manejo económico.

Al estatizar las principales actividades y empresas y regular toda la economía, el Estado se ve en la necesidad de crear vastos organismos de administración y control, lo cual da origen a una dominante burocracia. Ello ocurrió bajo el gobierno de Perón entre 1946 y 1955, generándose un pesado lastre del cual no hemos logrado todavía desembarazarnos. El financiamiento de esa burocracia y las ingentes pérdidas que siempre origina la administración estatal de emprendimientos económicos, generan un fuerte déficit que no puede ser atendido con la recaudación normal de impuestos aceptados voluntariamente. Se recurre entonces a la expansión artificiosa del crédito y a la emisión de moneda, que constituyen la causa directa de la inflación.

Si la economía es libre, la inflación aparece a la vista bajo la forma de un alza de precios, pero bajo un régimen de autoritarismo económico es ocultada mediante controles de todo tipo en los mercados oficiales, dando lugar a la llamada "inflación reprimida". Surgen entonces los mercados negros, en los cuales los precios suben más de lo que subirían si se dejara operar libremente, con el agregado de que en los mercados oficiales la oferta de bienes y servicios declina produciéndose un creciente desabastecimiento.

Esta evolución se cumplió también, rigurosamente, durante la primera etapa peronista. Los mercados negros florecieron y "el país de las vacas y el trigo" llegó a importar trigo, comer pan negro y racionar la carne. Un artificio, cuyas dramáticas consecuencias están pagando todavía hoy los jubilados, permitió a Perón no emitir "demasiada" moneda. Los aportes al sistema de previsión social, que sólo existían en algunos gremios, se hicieron obligatorios para todos los trabajadores a través de las distintas cajas que se fueron creando. Aún en los primeros momentos se fueron acumulando grandes recursos dado que los beneficiarios eran pocos. Perón tomó compulsivamente, mediante la colocación de títulos públicos, esos extraordinarios recursos que permitieron financiar gran parte de los déficits evitando una emisión mayor. Pero esas exacciones destruyeron el sistema jubilatorio, que nunca pudo hasta ahora ser rehabilitado.

Los trastornos económicos, sociales y también morales que acarrea la inflación reprimida hacen que ésta deba ser vista como peor que la inflación libre. Entre sus más lamentables consecuencias debe citarse su traumático desenlace: una violenta devaluación con explosión de precios como punto de partida del penoso reajuste a que siempre obligan esos procesos inflacionarios. Obsérvese lo que está ocurriendo en la ex Unión Soviética y países del Este, donde imperó por décadas la inflación artificiosamente reprimida por métodos autoritarios o totalitarios.

Procesos de esta clase no pueden circunscribirse al ámbito económico; necesariamente se extienden al político. En primer lugar porque se requiere una acción política para hacer cumplir compulsivamente el mandato de los planificadores económicos. Después, para acallar las protestas y aplastar las reacciones que ese mandato siempre suscita. Esto es lo que ocurrió con el régimen peronista que se fue configurando sobre la base de una creciente y absorbente intervención del Estado en la economía y en la estructura social del país. Los controles iniciales fueron requiriendo cada vez más fiscalización, hasta llegar a un completo autoritarismo económico. Este necesitó también un creciente autoritarismo político, con lo que el país se deslizó hacia la dictadura. La Revolución Libertadora de 1955 impidió que la caída fuera total pero no resolvió el problema.

La implantación y vigencia del "régimen peronista" fue fatal para el país. En 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina tuvo una excepcional oportunidad. Emergente de ese conflicto con más de 20.000 millones de dólares de reserva (a valor actual 1993) y stocks agropecuarios que podía vender a altos precios; siendo vista como una esperanza por los pueblos que habían sufrido la catástrofe, parecía destinado a dar un gran salto adelante. Esa extraordinaria oportunidad se perdió debido al régimen instaurado en 1946, contrario al sistema liberal de la Constitución Nacional de 1853-60, la cual fue reemplazada por la Constitución peronista de 1949.

Las reservas acumuladas durante la guerra y la capitalización y recursos con que contaba el país le permitieron al peronismo llevar a cabo una falsa política de justicia social, que no era otra cosa que un desborde demagógico de vastos alcances, orientado a perpetuar el régimen. Esta demagogia no se limitó a otorgar privilegios y prebendas materiales, sino que se extendió a los más variados aspectos de la vida diaria. El eslogan "Perón cumple, Evita dignifica" tuvo una profunda significación para los sectores más postergados.

Un extraordinario aparato de propaganda hizo que gran parte de la población fuera alcanzada por ese eslogan, sostenido por algunos actos simbólicos que sugerían que los beneficios que recibían unos pocos pronto habrían de alcanzar a todos. La cuestión social; la defensa de la soberanía; el enfrentamiento con los EEUU, popularizado bajo el lema "Braden o Perón"; la lucha contra la oligarquía, los monopolios y los intereses extranjeros; el repudio al "capital", exaltado en la marcha peronista, y otras apelaciones similares constituían la "materia prima" de esa demagogia entronizada como instrumento fundamental del gobierno. Los capitales y los hombres de empresa, que al iniciarse la posguerra parecían dispuestos a venir al país a impulsar su progreso, advirtieron antes que los argentinos el tembladeral hacia el cual nos estábamos deslizando y buscaron otros horizontes, principalmente el Brasil. En eso consistió fundamentalmente la citada pérdida de la mayor oportunidad que tuvimos en el presente siglo.

Pero además de perder esa oportunidad, pronto comenzaron las dificultades internas. Las ilusiones iniciales no tardaron en disiparse. Las reservas y el capital de que disponía el país condujeron a un increíble despilfarro signado por las compras de sobrantes y desechos de guerra por parte del IAPI; el engaño del desarrollo nuclear que, según Perón, habría de proporcionar energía prácticamente sin costo a toda Latinoamérica, promesa ésta que es vista hoy como uno de los grandes "delirios argentinos"; la estatización innecesaria y las pérdidas que de inmediato comenzaron a soportar las empresas absorbidas por el Estado; el sostenimiento de una monumental burocracia; el enriquecimiento ilícito de los "favoritos del régimen", incluidos los dirigentes sindicales, a través de permisos de cambio para importaciones y otros métodos; la expansión desmesurada de las FF.AA. con vistas a una tercera guerra mundial que se creía inevitable; los planes quinquenales que no eran sino catálogos de gastos e inversiones fuera de toda realidad económica.

Las dádivas, prebendas y subsidios canalizados a través de organismos ad-hoc y los sindicatos en nombre de la "justicia social", y un sinnúmero de otras determinaciones de esa clase, alimentadas al principio por la "varita mágica" de Miguel Miranda a quien se suponía capaz de financiar cualquier aventura o despropósito, pronto agotaron los recursos, quedando en evidencia una lamentable realidad. Pero lo peor fue que para justificar u ocultar esa realidad debieron extremarse tanto la demagogia como los controles políticos. Estos últimos, como ya he señalado, iban configurando un régimen cada vez más dictatorial.

Llegó un momento en que todos los diarios y revistas del país (salvo unas pocas publicaciones que se autocensuraban) pertenecían al gobierno; lo mismo ocurría con la televisión y las radioemisoras; los chicos en las escuelas primarias debían aprender a leer en un texto único destinado a endiosar a Evita; los viajes al exterior estaban severamente controlados y virtualmente prohibidos al Uruguay; los libros liberales y muchas revistas extranjeras no podían entrar al país; algunos dirigentes católicos fueron amenazados o perseguidos (me tecó cierta vez sacar de un colegio religioso a un grupo de monjas vestidas de civil que habían experimentado esas amenazas); los principales dirigentes políticos sufrieron detenciones y cárceles; el diario La Prensa fue confiscado y entregado a la CGT; las leyes contra el agio, la especulación y el desabastecimiento eran utilizadas para clausurar comercios y negocios de empresarios desafectos: los chacareros no podían trabajar con sus hijos en su propiedad debiendo contratar peones sindicalizados; lo mismo ocurrió con los transportes: no se podía utilizar medios propios sino que se debía recurrir a transportistas agremiados.

Los funcionarios y empleados públicos y hasta los profesores en institutos militares debían afiliarse obligatoriamente al partido oficial; la señora de Perón -Evita- fue proclamada "Jefa Espiritual de la Nación" y Perón "Libertador de la República"; la Iglesia católica fue también perseguida y algunos de sus miembros deportados; en el colmo del extravío numerosas iglesias, con un patrimonio religioso y artístico irreemplazable, fueron incendiadas y la bandera argentina quemada en un acto público; lo mismo ocurrió con el Jockey Club, el diario La Vanguardia y la sede de algunos partidos políticos.

Los "jefes de manzana" -verdaderos espías- ejercían un severo control, particularmente a través de delaciones sobre la vida y las actividades de quienes vivían en su jurisdicción; los apremios ilegales y torturas eran corrientes en las prácticas policiales; en una palabra, las libertades civiles y políticas, como ya había ocurrido con las libertades económicas, estaban totalmente conculcadas. Quienes no hayan vivido ese ominoso período de la vida argentina, probablemente no lleguen a comprender hasta qué punto el régimen había sometido a todos los habitantes del país.

Pero inexorablemente la reacción habría de llegar. Los hombres soportan hasta cierto punto la arbitrariedad y el sometimiento, pero más allá de ese punto, tarde o temprano, se rebelan. Esto ocurrió en la Argentina cuando el régimen peronista se tornó insoportable...Impaciente Perón al no encontrar en sus adversarios un definido acatamiento a sus nuevas propuestas, se volcó abruptamente hacia una actitud agresiva. El 31 de agosto de 1955, desde los balcones de la casa de gobierno, ante una multitud reunida en la Plaza de Mayo, pronunció una violenta arenga en la cual, entre otras cosas, prometía: "...A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor...Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente en nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden ¡puede ser muerto por cualquier argentino! La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, ¡caerán cinco de los de ellos! Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen, ¡pobres de ellos!". Este nuevo vuelco de Perón, que implicaba poco menos que una declaratoria de guerra civil, terminó con las vacilaciones de quienes luchaban por su alejamiento como única manera de abolir el totalitarismo.

(De "Experiencias de 50 años de política y economía argentina" de Álvaro C. Alsogaray-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1993)

domingo, 21 de junio de 2020

Destruyendo mitos: Eva Perón

Por Horacio Rivara

El relato ofical, repetido hasta el hartazgo, nos da una versión edulcorada de ella. Un hada madrina del subdesarrollo. La realidad fue muy diferente.

Los Groisman eran un matrimonio de judíos alemanes, dueños de la fábrica de caramelos Mu Mú y simpatizantes del Partido Socialista. Eva Perón se presentó en la fábrica, acompañada como siempre por matones con camperas negras, y exigió la entrega de un millón de caramelos a la Fundación Eva Perón. Los dueños se negaron, alegando que ellos mismos donaban por su cuenta. Nadie se atrevía a decirle que no a la señora.

Al día siguiente el Dr. Ramón Carrillo, el antisemita Ministro de Salud (el mismo que nos quieren meter en el billete de 5000 pesos) ordenó una inspección. Como Bromatología no encontró nada, los matones de Eva arrojaron una rata muerta bajo las máquinas.

El 7 de junio de 1949, en todos los diarios oficialistas se acusaba a los Groisman de "judíos envenenadores de niños"; se clausuraba la fábrica, los kioscos eran allanados y miles de caramelos arrojados a las calles. Castillo y Eva intentaron generar un progrom (saqueos y asesinatos masivos contra la comunidad judía), pero Perón, en su doble juego que tan bien practicaba, frenó a su dos esbirros, luego de recibir graves advertencias de la Embajada de EEUU. El matrimonio Groisman y tres hermanos más terminaron presos.

Eva Perón tenía a cuatro torturadores exclusivamente a su servicio: dos comisarios: Lombilla y Amoresano, y a dos cabos, los hermanos Cardozo. ¿A quienes torturaban? Básicamente a socialistas, anarquistas y sindicalistas, incluso a cinco mujeres del sindicato telefónico, una de las cuales estaba embarazada y perdió el bebé. Extrañamente hoy es un ícono de la izquierda y el feminismo. Aquí, en este discurso, dice: "Seremos implacables y fanáticas...", "...sólo Perón es dueño de la verdad", y habla de "exterminio": https://youtu.be/bJGf17L3x3U .

Otro de sus hombres era Juan Queralto, un nazi local al que ella apoyó para agrandar la Alianza LIbertadora Nacionalista, integrada por ex SS croatas, criminales de guerra a los que Perón y el Vaticano trajeron a estas playas y personajes locales como el inefable Rodolfo Walsh. (Sí, le dieron su nombre a una estación). Ese grupo perseguía a opositores y quemaba sinagogas.

-Ah, pero regalaba cosas a los pobres- No, nunca regaló nada de ella; al contrario, robaba a los pobres. Todo empleado público y empresa privada estaba obligada a dar el 10% de su sueldo o ganancia a la Fundación Eva Perón, bajo apercibimiento de graves sanciones. De allí ella tomaba para sí todo lo que quería (su disputada herencia fue de 100 millones de dólares, y el juicio duró 20 años), luego dejaba que su hermano Juancito robara lo que necesitaba para sus lujos, y recién ahí, se sentaba como una reina, llena de joyas, a repartir entre sus suplicantes.

Perón, más astuto, la utilizó para su juego de Policía Bueno/Policía Malo, se mudó de habitación, para no tener que compartir la cama con ella, y dejó que la intoxicación de poder y odio la consumiera rapidamente.

En su velorio, Perón se abrazó con el Gran Rabino Blum y le dijo al oído: dígale a sus amigos que el asunto Groisman ya está arreglado. Ah, y no se preocupe por Queralto, le voy a dar la Alianza a Guillermo Patricio Kelly, que es un muchacho más razonable.

Trabajadores de Mu Mu protestaban por quedarse sin trabajo. Pronto conocieron a los torturadores de Eva

viernes, 11 de enero de 2019

La Revolución de 1955

Por Alicia Jurado

Aunque durante la dictadura de Perón nos habíamos acostumbrado a vivir en lo posible al margen de la situación política, refugiándonos en nuestras actividades privadas y en el círculo de los amigos, la cosa se hizo más difícil cuando el gobierno empezó a tambalear y Perón entró en pánico, sus discursos se hicieron aún más violentos y comenzaron los desmanes instigados por él.

Fue incendiada la sede del Jockey Club en la calle Florida, de la cual sólo se salvó por milagro la magnífica biblioteca. Todos los hombres de mi familia habían sido socios del Jockey, era el segundo hogar de mi padre y mi marido me llevaba a comer allí los miércoles, día de salida de la cocinera. Ver en escombros aquel club tradicional, fundado por Carlos Pellegrini; saber que por la escalinata había rodado, quebrándose, el bello mármol de la Diana de Falguiére que la coronaba y que los cuadros que yo visitaba semanalmente uno por uno, como cumpliendo un rito, se habían convertido en cenizas, me llenaba de desolación.

Casi acabé presa de nuevo por llorar ante el desastre, contándole a las personas congregadas en la calle que habían incinerado tres Goyas, un caballero de Reynolds vestido de rojo, un Monet otoñal cuyas hojas doradas se reflejaban en el agua, un gran Sorolla con sus típicas velas henchidas por el viento, el propio retrato de Pellegrini pintado por Bonnat. Un vigilante me obligó a alejarme, pero yo sentí que me habían tocado en lo más vivo: muchas cosas se podían soportar, pero no la vandálica destrucción de obras de arte que eran parte de nuestro escaso patrimonio artístico.

Un día Perón entró en conflicto con la Iglesia, hasta entonces callada cuando no benévola ante el gobierno, que la compró con la ley de enseñanza religiosa en las escuelas, por supuesto que también hubo, aunque no muchos, valerosos sacerdotes que militaron en la oposición. Cuando la tirantez llegó al punto crítico, los mismos foragidos que incendiaron los Goyas hicieron otro tanto con las iglesias y, con una aparente discriminación que se creería diabólica si hubieran sido capaces de tenerla, eligieron, habiendo tantas feas y desprovistas de interés, precisamente aquellas antiguas que conservaban altares e imaginería de la colonia. San Francisco, La Merced, Santo Domingo, San Miguel, San Ignacio, fueron saqueadas, quemados en piras los bancos de madera en mitad de la nave principal. El Pilar se salvó por un pelo, pero desaparecieron los archivos de la Curia. Los bomberos, que acudieron muy tarde, contemplaban las llamas sin combatirlas: era evidente que tenían orden de no intervenir. Al mismo tiempo, pusieron fuego a las sedes de varios partidos políticos opositores.

Peor incendio fue el que se produjo en nuestro espíritu; ese acto de barbarie había conseguido el repudio unánime de los católicos y de quienes no lo eran. Se afirmaba que había perpetrado los delitos la Alianza Libertadora Nacionalista, compuesta por exaltados y brazo derecho de Perón, pero el gobierno, naturalmente, nunca asumió la responsabilidad.

Se acercaba la Revolución de 1955 y los meses que la precedieron fueron terribles. Todos los días nos enterábamos de que, en busca de presuntos sediciosos, la dictadura había encarcelado y a veces torturado a algún conocido nuestro. Corrían rumores que se mandaría al populacho a incendiar y saquear el barrio norte, supuesto baluarte de la oligarquía enemiga, un término no del todo claro porque el tirano no era experto en etimologías. La única oligarquía real era el grupo que dirigía el país, aunque después mi amigo Jorge García Venturini inventó una palabra mejor, kakistocracia, el gobierno de los peores, para referirse a ese periodo y a otros que le siguieron.

El barrio norte ni siquiera era exclusivo de las familias aristocráticas, ya que vivía en él buena parte de la clase media y tampoco faltaban los conventillos. Sea como fuere, el caso es que allí vivía yo, sola con mis hijos de siete y ocho años, en una casa indefensible, sin más que una reja de poca altura para interponerse entre la turba y las puertas de vidrio que daban acceso a la entrada. Yo dormía con una pistola cargada a mano dispuesta a usarla, porque las criaturas, cada una en su cuarto y sin sospechar el peligro que corríamos, descansaban como ángeles llenándome de congoja y de coraje. Mi cuaderno de ese año registra estas zozobras:

La tensión crecía hasta ahogarnos. La dictadura usaba ferozmente de sus medios más odiosos: cárcel, allanamientos, persecución, tortura. Desde el discurso de Perón del 31 de agosto, en que autorizó sin reparos al asesinato político, el miedo y el odio se desataron sobre la ciudad. Vivíamos un clima ominoso: todo podía suceder. Corrían los rumores: para hoy, para mañana, para la semana próxima. Hacer provisión de alimentos, de velas; llenar las bañeras de agua. Para hoy: falsa alarma. Para mañana: un revuelo de amas de casa en los almacenes, comprando sin discrimianción, a las que la policía llevaba presas por sembrar pánico.

Todos los días era un amigo, el amigo de un amigo. Lo golpearon. Le aplicaron la picana eléctrica. Está preso. Están presos. En casa había un arma de calibre prohibido que me podía significar la cárcel, oculta, entre otras no menos eficaces, en la alacena secreta del escritorio que se disimulaba tras de un panel de la boiserie. Los cuadros y objetos de valor habían sido llevados lejos del barrio en peligro.

Así llegó el mes de septiembre y la revolución que se llamó Libertadora, aunque apenas sirvió para dar un corto alivio a un país que tiene siempre los gobiernos que merece, sobre todo cuando los elige. Fue esta una verdadera revolución y no un mero golpe de Estado, como tantos a los que nos tuvimos que acostumbrar después; duró varios días, corrió sangre y nos mantuvo en una ansiedad indescriptible, ya que la cadena oficial de radioemisoras daba noticias falsas y nuestro único consuelo era la de Uruguay, que nos transmitía mensajes de esperanza.

Muy clara tengo la imagen de mi familia reunida escuchando Radio Córdoba, los primeros mensajes de la revolución triunfante y el Himno Nacional que oí llorando de gratitud. Escribí entonces:

La revolución estalló un viernes por la mañana. El domingo, recuerdo la emoción de oir la proclama revolucionaria por la noche, en la Radio de Córdoba. El lunes, bajo una lluvia como la del 25 de mayo, la gente se volcó a las calles y me lancé bajo el paraguas por la de Santa Fe; pasaban los automóviles en medio de un agitar de pañuelos y de banderitas y una batahola de bocinas: enronquecíamos gritando: ¡Argentina libre! ¡Viva la Patria! ¡Viva la libertad!.

No obstante, en Buenos Aires la situación era incierta todavía. Perón, aprestándose para huir en la cañonera paraguaya, seguía asegurando que la revolución había fracasado y las tropas leales al gobierno sólo hacían operaciones de limpieza. Temíamos, con algún fundamento, que en un intento de venganza final lanzara a sus hordas sobre la ciudad para saquearla; por otro lado, la Armada avanzaba hacia la capital y no era imposible que tirase sobre ella si Perón no se rendía. Yo vivía en Juncal y Suipacha, bastante cerca de Retiro y por consiguiente del puerto.

La revolución había triunfado y una alegría desbordante inundaba a grandes sectores de la ciudadanía; tan grandes, que el día de la asunción de mando del General Lonardi, hasta los más enemigos de las multitudes nos volcamos a la Plaza de Mayo. Basta ver las fotografías de los diarios para comprobar las dimensiones de aquel gentío, que atestaba la plaza en forma compacta y se prolongaba a gran distancia por las calles adyacentes. Los peronistas parecían haber desaparecido de la noche a la mañana.

La muchedumbre de la plaza, a diferencia de aquellas a las que ese lugar se había habituado en la última década, mostraba un alto grado de civilización en su aspecto y en su conducta. Un mar de banderitas argentinas se agitaba sobre ella, pero no se oyó un solo grito hostil, ni un ¡muera! Parecía que en tal exceso de felicidad no cabía ningún sentimiento de odio. Sólo los estudiantes habían llenado las paredes de la calle Florida con frases alusivas, algunas muy oportunas...La más ingeniosa: Ni riges, ni ruges. O rajas o rejas. Firmado: Rojas. Y en una vidriera, esta estrofa olvidada de nuestro interminable Himno Nacional:

La victoria al guerrero argentino/Con sus alas brillantes cubrió/Y azorado a su vista el tirano/Con infamia a la fuga se dio.

Fue un delirio de júbilo, porque no todos los días se derriba un tirano; despertábamos de más de diez años de pesadilla y volvimos a creer en el futuro. El tiempo se encargó de desengañarnos.

(Extractos de "El mundo de la palabra" de Alicia Jurado-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1990)

jueves, 31 de enero de 2013

La labor "pacificadora" de Perón

La división de la sociedad argentina, iniciada por el peronismo, resulta ser esencialmente una división ética, antes que social o económica. Para la gente decente resulta totalmente inaceptable que alguien incite a la violencia de la manera en que lo hizo Perón, mientras que el peronista encuentra, por alguna razón psicológica difícil de explicar, cierta identificación con el líder, de ahí la división que el kirchnerismo, en forma bastante similar, trata de mantener vigente. A continuación se menciona parte de los mensajes y directivas de Perón a sus seguidores:

“El día que se lancen a colgar, yo estaré del lado de los que cuelgan” (2-8-46)

“Entregaré unos metros de piola a cada descamisado y veremos quien cuelga a quien” (13-8-46)

“A mí me van a matar peleando” (13-8-46)

“Con un fusil o con un cuchillo, a matar al que se encuentre” (24-6-47)

“Esa paz tengo que imponerla yo a la fuerza” (23-8-47)

“Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (8-9-47)

“Vamos a salir a la calle de una sola vez para que no vuelvan nunca más ellos ni los hijos de ellos” (8-6-51)

“Distribuiremos alambre de enfardar para colgar a nuestros enemigos” (31-8-51)

“Para el caso de un atentado al presidente de la Nación….hay que contestar con miles de atentados” (Plan político Año 1952)

“Se lo deja cesante y se lo exonera…por la simple causa de ser un hombre que no comparte las ideas del gobierno; eso es suficiente” (3era. Conferencia de Gobernadores, pág. 177)

“Vamos a tener que volver a la época de andar con alambre de fardo en el bolsillo” (16-4-53, horas antes del incendio de la Casa del Pueblo, la Casa Radical, la sede del Partido Demócrata Nacional y el Jockey Club)

“Leña…leña….Eso de la leña que ustedes aconsejan, ¿por qué no empiezan ustedes a darla?” (16-4-53)

“Hay que buscar a esos agentes y donde se encuentren colgarlos de un árbol” (16-4-53)

“Compañeros: cuando haya que quemar, voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si eso fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días. Los que creen que nos cansaremos se equivocan. Nosotros tenemos cuerda para cien años” (7-5-53)

“A unos se los conduce con la persuasión y el ejemplo; a otros con la policía”

“Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden contra las autoridades….puede ser muerto por cualquier argentino. Esta conducta que ha de seguir todo peronista no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra los que conspiren o inciten” (31-8-55)

“Y cuando uno de los nuestros caigan, caerán cinco de ellos” (31-8-55)

“Que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que no los hayamos aniquilado y aplastado” (31-8-55)

“Nuestra nación necesita paz y tranquilidad….y eso lo hemos de conseguir persuadiendo, y si no a palos” (31-8-55)

“Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden. Si no lo hacen, ¡pobres de ellos!” (31-8-55)

“Yo pido al pueblo que sea él también un custodio del orden. Si cree que lo puede hacer, que tome las medidas más violentas contra los alteradores del orden” (31-8-55)

“¡Al enemigo, ni justicia!” (Memorando para el Dr. Subiza)

“¡Ahh…si yo hubiese previsto lo que iba a pasar…entonces sí: hubiera fusilado al medio millón, o a un millón, si era necesario. Tal vez ahora eso se produzca” (9-5-70)

“Si yo tuviera 50 años menos, no sería incomprensible que anduviera ahora colocando bombas o tomando la justicia por mi propia mano” (30-12-72)

“Los militares son todos unos bestias” (5-2-73)

(Extractos del Diario “La Nación”, Domingo 4 de Marzo de 1973, página 11)

miércoles, 30 de enero de 2013

Nadie hizo más que Perón

La patria: Silenció el culto de todos los héroes y próceres. Reemplazo el Himno Nacional por la marcha partidaria y quiso hacer lo mismo con el escudo argentino. En idéntica sustitución, también suprimió las marchas patrióticas. Resto toda importancia a la celebración del 25 de Mayo y menospreció el 9 de Julio convirtiéndolo en el “Día de la Independencia Económica”. Hizo quemar la enseña nacional. Impuso su nombre y el de su segunda esposa a provincias, partidos, ciudades, pueblos, barrios, calles, plazas, estaciones, buques, aviones, institutos, congresos, etc.

La familia: Obligó a usar en las escuelas primarias libros de lectura con su efigie y la de la segunda mujer en todas las páginas, acompañadas de textos donde se exaltaba a ambos como únicos “próceres”. Reemplazó por su nombre y el de ella las palabras “papá” y “mamá”. Cuando murió su madre, no concurrió al sepelio, enviando un telegrama y haciéndose representar por un edecán, mientras paseaba en yate por los riachos de Tigre. Creó el odio entre padres e hijos y hermanos, destruyendo a millares de familias argentinas. Fomentó la delación en todas sus formas y la recompensó. Antepuso la incondicionalidad partidaria a todo sentimiento y aun a la unión del hogar, al que dividió en “réprobos” y “elegidos”. Explotó a su propia mujer viva y después de muerta, sometiendo su cadáver embalsamado al grotesco cortejo de los serviles. Hasta ella antes de morir, lo repudió; dijo a un grupo de sindicalistas: “Cuídense de este miserable”.

La religión: Quiso entronizar en los altares su efigie y la de su mujer. Reemplazó el crucifijo por el retrato de ambos en los hospitales, colegios, institutos, entidades, etc. Proclamó a su partido como “única religión nacional”. Sustituyó el Día de la Inmaculada Concepción por el “Día del campeón” (Pascual Pérez). Decretó el 18 de octubre como “San Perón”. Hizo sancionar la ley de la Prostitución. Persiguió, encarceló, vejó y/o expulsó a centenares de sacerdotes y obispos. Ordenó quemar y profanar, con apoyo policial, numerosos templos de la ciudad de Buenos Aires. En el mismo “operativo” quedó totalmente destruida la Curia Metropolitana. Fue excomulgado por el Papa.

La verdad: Aseguró haber tenido éxito con la fusión nuclear, gracias a las investigaciones de Ronald Richter, despilfarrando millones en autopublicidad y poniéndonos en ridículo ante el mundo. Dijo: “No tengo otra ambición que la de servir a los trabajadores, por eso nunca seré presidente”. Dijo: “Aunque me lo pidan a titulo de sacrificio personal, jamás aceptaré mi reelección”. Cuando era presidente dijo: “Yo vivo modestamente con trescientos pesos mensuales”; una vez que huyó, afirmó cínicamente que “podía pasar el resto de su vida comiendo billetes de mil todos los días”.

La honestidad: Fue procesado por haber cometido el delito de estupro contar una niña de 14 años. Corrompió instituciones fundamentales de la Republica comprando voluntades con órdenes para adquirir automotores “a precios de lista”; sus favoritos recibieron centenares y negociaron la mayor parte de ellas. Cubrió a su segunda mujer de joyas cuya evaluación actual es de muchos millones de pesos. No obstante su declamada pobreza, colocó millones de dólares a interés en cuentas del exterior, particularmente en Suiza y los EEUU. Para satisfacer su propio ego, obligó a deportistas, científicos, técnicos y artistas a dedicarle públicamente sus triunfos. Los que no se sometieron tuvieron que retirarse o emigrar.

La ley: Modificó arbitraria y fraudulentamente la Constitución Nacional para posibilitar su reelección. Ganó las elecciones haciendo fraude preelectoral, monopolizando para su partido todos los medios de comunicación, coaccionando y amenazando a través de sus personeros a todos los agentes públicos, modificando maliciosamente las inscripciones electorales, trasladando en trenes y camiones grandes cantidades de votantes de un lugar a otro de la República. Hizo fraude durante y después del comicio. No depuro los padrones y empleó elementos pagados haciéndolos votar varias veces con una misma libreta, adulteró las cifras del escrutinio. Implantó la afiliación obligatoria al “partido único” como requisito indispensable para poder trabajar. Decretó el luto obligatorio por la muerte de su segunda esposa. Impuso la concurrencia forzosa a todos los actos partidarios. Rotuló a sus adversarios políticos como “la canalla opositora” y los encarceló, vejó y torturó. Intimidó a grandes sectores de la ciudadanía, quemando la Casa Radical, la Casa del Pueblo, la sede del Partido Demócrata Nacional y el Jockey Club. Sometió absolutamente al Poder Judicial y a todos los fueros de Justicia. Llegó al extremo de decir: “El gobierno y el Estado me pertenecen a mí, como funcionario. Yo actúo sobre ellos, los gobierno, los manejo, los mando”. Decretó el “estado de guerra interno” permanente y utilizó a su arbitrio la Ley de Residencia. Proclamó a su programa partidario como “Doctrina Nacional” e hizo titular a su segunda mujer como “Jefa Espiritual de la Nación”. Cuando fue derrocado, le estaban levantando un monumento con fondos recaudados mediante descuentos obligatorios.

El Ejército: Postergó o no permitió el ascenso de los jefes y oficiales que se habían manifestado abiertamente contrarios a su régimen. Trató de corromper la moral de los jefes con órdenes de compra de automotores, misiones al exterior y otorgándoles la “medalla militar peronista”. Sometió a las instituciones armadas, como a la civilidad, a un régimen de delación y servilismo. Quiso reemplazar al Ejército por bandas armadas (“milicias populares”).

La libertad de prensa: En 1946 clausuró “La Vanguardia” (órgano oficial del Partido Socialista), “Cascabel”, “Antinazi”, etc. Luego, “La Nueva Provincia”, “El Intransigente”, etc. En 1950, la Comisión Visca cerró en un solo día más de cien publicaciones. Posteriormente se apropió de “La Prensa”. Dado su discrecional manejo de las cuotas de papel, el diario “La Nación” –único no adicto- quedó reducido a dos hojas.

La enseñanza: Suprimió la autonomía universitaria y cerró todas las Academias Nacionales. Manejó las universidades desde la Casa de Gobierno. Reemplazó la materia “Instrucción Cívica” por una presunta “Cultura Ciudadana”, conformada a su programa partidario deformante. Persiguió y dejó cesantes a los profesores democráticos y encumbró a sus incondicionales. Destruyó virtualmente el magisterio al mantener congelados los sueldos por nueve años, quedando la docencia circunscripta al sexo femenino. Negó la historia, quiso cambiar el pasado y deformó la realidad espiritual y cultural de su tiempo, pretendiendo adecuarla sus objetivos. Impuso la lectura obligatoria de “La Razón de mi vida”, atribuido a su segunda esposa, pero escrito por un extranjero a sueldo. Convirtió en una burla el precepto constitucional que consagra la libertad de enseñar y aprender (“Alpargatas, sí. Libros, no”, “Haga Patria, mate un estudiante”, eran los estribillos habituales de las manifestaciones peronistas).

La libertad individual: Instituyó la “medalla de la lealtad peronista” para premiar la delación y la obsecuencia. Creó los “Jefes de Manzana” del partido, especie de GESTAPO permanente de cada barrio en cada ciudad. Creó las Unidades Básicas, verdaderas células de penetración, acción psicológica, delación organizada, reparto de prebendas y en caso necesario, mecanismo de “persuasión” dentro de cada vecindario. Hizo que la simple denuncia de cualquiera justificara la privación ilegal de la libertad o la expulsión del empleo. Suprimió el recurso de “habeas corpus”, la tradicional garantía contra las restricciones ilegales de la libertad corporal de las personas. Recluyó a los presos políticos y gremiales junto con los delincuentes comunes y asesinos. A mujeres no adictas, las hizo rapar para marcarlas y las sometió a malos tratos y vejaciones, fichándolas como prostitutas. Durante su régimen las torturas, los vejámenes, algunos asesinatos y la picana eléctrica fueron los métodos habituales de “persuasión” política.

Lo social: Con su política totalitaria desalentó el trabajo en el interior del país y provocó el éxodo rural a las ciudades. Proliferaron así centenares de “villas miserias”. Provocó la necesidad del doble empleo para poder sobrevivir. Sometió a los sindicatos en una central única y dictatorial que fue su “partido paralelo” y a la vez su “fuerza de choque”. Copió la “carta del lavoro” fascista, implantándola como régimen laboral argentino. Politizó a los gremios al punto de que para poder trabajar era imprescindible ser afiliado a su partido único y adicto incondicional de su régimen. Desposeyó a los sindicatos utilizando sus fondos en su provecho personal y en el de sus allegados. Vació las cajas de jubilaciones incautándose sus reservas que sustituyó por bonos incobrables. Inauguró la entrega obligatoria de sueldos y jornales. Inventó los descuentos por planilla y otras formas de despojo actualmente en vigor.

La vivienda: La inflación que él mismo causó le obligó a congelar los alquileres mediante ley totalitaria, desalentando la construcción de viviendas para alquiler. Su política en esa materia produjo una crisis habitacional sin precedentes en la historia del país. Infligió gravísimo daño a la industria de la construcción provocando una contracción económica que afectó a centenares de gremios afines y aumentó la desocupación. Despojó de su legítima renta a los pequeños propietarios que vieron así diluirse el fruto de sus ahorros al legalizarse el atropello al libre usufructo de la propiedad privada. En materia de vivienda produjo al país un atraso de más de medio siglo.

Los servicios públicos: Con el pretexto de nacionalizarlos, compró y destruyó a los ferrocarriles, transformando sus servicios en una verdadera vergüenza nacional. Anuló la eficiencia de todos los servicios públicos: Teléfonos, Correo, Telégrafos, Energía Eléctrica, Obras Sanitarias, Asistencia Hospitalaria, Transportes, etc. Mantuvo virtualmente paralizada la red vial nacional. En nueve años no logró terminar ni 5.000 km de caminos.

Lo económico: Desató una espiral inflacionaria en progresión geométrica cuyas consecuencias dificultaron la recuperación nacional. Aniquiló el ahorro y ahuyentó la inversión. Convirtió al Banco Central en una simple oficina de la casa de Gobierno produciendo sucesivas emisiones incontroladas hasta empapelar al país. En nueve años el ingreso promedio de los argentinos creció sólo un 11%.

El dirigismo: Firmó un contrato leonino con la “California” y otros grupos –que se jactaba de combatir- en detrimento de la soberanía nacional. Con su política confiscatoria llevó a la crisis al campo fomentando un inexistente antagonismo agro-industrial. Expropió establecimientos agrarios en plena producción para provecho de la camarilla gobernante. Fue responsable de la merma de nuestras cosechas de trigo, maíz, avena, cebada, lino, etc. Dilapidó las reservas de nuestro stock ganadero sacrificando vientres y animales jóvenes y después de ocupar el primer lugar en el mundo, fuimos desplazados por nuestros antiguos compradores, llegando a tener que importar semilla de lino. De primera potencia triguera mundial, descendimos a comer pan de harina oscura. Creó un monstruo económico: el IAPI, corrupto organismo que negociaba irregularmente y con sentido político. Todos los artículos de primera necesidad para el consumo familiar tuvieron que ser racionados. Los argentinos conocimos las “colas” para el kerosene, el vino, la leche, el azúcar, la papa, los huevos, etc. Para recuperar el stock ganadero que había destruido, quiso obligarnos a comer pescado y gastó millones para hacer propaganda exaltando los beneficios de esta alimentación.

La deuda y las reservas: Dijo que cuando llegó al poder había una deuda externa de 3.500 millones de dólares, por la que pagaban 500 millones anuales de amortización e intereses. Según las memorias del Banco Central, a principios de 1946 la deuda pública no superaba los 250 millones de dólares y sus servicios no alcanzaban a 40 millones de dólares. Afirmó que en 1946 no teníamos reservas financieras y que antes de su derrocamiento, teníamos 1.600 millones “cash” en mano. Según las memorias del Banco Central, a fines de 1945 teníamos 1.200 millones de dólares en oro y 460 millones de dólares en divisas; y a fines de 1955 sólo quedaban 370 millones de dólares en oro y 110 millones en divisas. Subió al gobierno con una deuda pública de 230 millones de dólares y su administración la elevo a 757 millones de dólares, o sea más del triple en sólo nueve años.

La posición argentina: Logró el unánime desprestigio de nuestro país en el mundo civilizado. Inventó los convenios bilaterales de trueque para disimular el descalabro de nuestro comercio exterior. Hizo perder a la Argentina su privilegiada posición de liderazgo espiritual y material en Latinoamérica. Perturbó de continuo las tradicionales relaciones de amistad con casi todos los países del Continente, llegando inclusive a crear conflictos inexistentes para distraer la atención de la ciudadanía con respecto a la dramática gravedad de la situación interna en todos los órdenes. Convirtió a las embajadas extranjeras en el refugio obligado de sus compatriotas perseguidos que debieron asilarse huyendo de su régimen de terror.

Agravios internacionales: Consecuente con sus simpatías fascistas, facilitó el ingreso al país de criminales de guerra. A este respecto se ha difundido últimamente que negoció la protección que les brindaba por dólares (Eichmann, entre otros muchos jerarcas nazis y más de 7.000 pasaportes en blanco, que cobró a pesos de oro).

Las bases ideológicas: Fue el gran impulsor del nazi-fascismo, sistema del cual hizo la pública apología. Dijo: “Elegí cumplir mi misión desde Italia porque allí se estaba produciendo un ensayo de nuevo socialismo”. Consecuente con su vocación antidemocrática, cuando el Eje fue derrotado, puso sus miras en el totalitarismo rojo. Dijo: “La Revolución rusa había ejercido una notable influencia, pero llegó a Occidente transformada”. En la década de los 70, alentó el terrorismo desarrollado por la guerrilla marxista.

sábado, 1 de agosto de 2009

¿ Qué es el peronismo ?

Según Juan José Sebreli

Los regímenes que por apartarse de la democracia parlamentaria, característica de las sociedades capitalistas “normales”, se han dado en llamar “Estados de excepción”, pueden clasificarse en tres tipos: dictadura militar tradicional, bonapartismo y fascismo. En realidad no se trata de formas muy definidas, los límites entre ellas son imprecisos, y sólo puede hablarse del grado de predominio de una sobre las otras, y de la combinación que se da entre ellas. El estado peronista, y lo mismo puede decirse del Estado varguista o del nasserista, no es una forma nueva ni distinta sino que encaja en algunos de esos tres tipos de Estados de excepción, o mejor aún, constituye una mezcla de los tres.

Lo específico del bonapartismo es la integración, la asimilación de las masas populares a la sociedad establecida, a lo que el fascismo agrega la movilización de estas masas. La originalidad del bonapartismo y del fascismo consiste precisamente en ser sistemas reaccionarios con amplio apoyo de masas populares. Esto es olvidado frecuentemente por ciertos progresistas argentinos, quienes pretenden negar el carácter fascista del peronismo por su apoyo de masas, como si la presencia de éstas inevitablemente tuviera un significado revolucionario.

El error simétrico es adjudicar el calificativo de fascista a dictaduras militares de tipo conservador tradicional y, por lo tanto, desmovilizadoras de masas como los regímenes de Onganía o Videla. En este caso el concepto fascista pierde toda su especificidad y se convierte en un prescindible sinónimo de dictadura reaccionaria de derecha. A la confusión que trae el querer designar una misma cosa con dos nombres distintos –peronismo y fascismo por ejemplo- se opone el error simétrico de que una misma palabra –fascismo- se aplique a fenómenos diferentes como el fascismo propiamente dicho y las dictaduras militares tradicionales.

(De “Los deseos imaginarios del peronismo” de Juan José Sebreli – Editorial Sudamericana SA)

Según Marcos Aguinis

Nacional y populista (1946-1950)
Dictatorial y amigo de las inversiones extranjeras (1951-1955)
Maldito de la burguesía (1955-1968)
Socialista y guerrillero (1969-1972)
Dialoguista (1972-1973)
Represión de la izquierda y terrorista de Estado (1974-1976)
Socialdemócrata (1982-1989)
Neoliberal (1989-1999)
Fascista (2003-2009)

Según Perón

“Me ubiqué en Italia entonces. Y allí estaba sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento. Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a juzgar los medios, que podrían ser defectuosos. Pero lo importante era esto: en un mundo ya dividido en imperialismos, ya flotantes, y un tercero en discordia que dice: No, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero socialistas nacionales. Era una tercera posición entre el socialismo soviético y el imperialismo yanki” (De “Crítica de las Ideas Políticas argentinas” de Juan José Sebreli – Editorial Sudamericana SA)