sábado, 1 de agosto de 2009

¿ Qué es el peronismo ?

Según Juan José Sebreli

Los regímenes que por apartarse de la democracia parlamentaria, característica de las sociedades capitalistas “normales”, se han dado en llamar “Estados de excepción”, pueden clasificarse en tres tipos: dictadura militar tradicional, bonapartismo y fascismo. En realidad no se trata de formas muy definidas, los límites entre ellas son imprecisos, y sólo puede hablarse del grado de predominio de una sobre las otras, y de la combinación que se da entre ellas. El estado peronista, y lo mismo puede decirse del Estado varguista o del nasserista, no es una forma nueva ni distinta sino que encaja en algunos de esos tres tipos de Estados de excepción, o mejor aún, constituye una mezcla de los tres.

Lo específico del bonapartismo es la integración, la asimilación de las masas populares a la sociedad establecida, a lo que el fascismo agrega la movilización de estas masas. La originalidad del bonapartismo y del fascismo consiste precisamente en ser sistemas reaccionarios con amplio apoyo de masas populares. Esto es olvidado frecuentemente por ciertos progresistas argentinos, quienes pretenden negar el carácter fascista del peronismo por su apoyo de masas, como si la presencia de éstas inevitablemente tuviera un significado revolucionario.

El error simétrico es adjudicar el calificativo de fascista a dictaduras militares de tipo conservador tradicional y, por lo tanto, desmovilizadoras de masas como los regímenes de Onganía o Videla. En este caso el concepto fascista pierde toda su especificidad y se convierte en un prescindible sinónimo de dictadura reaccionaria de derecha. A la confusión que trae el querer designar una misma cosa con dos nombres distintos –peronismo y fascismo por ejemplo- se opone el error simétrico de que una misma palabra –fascismo- se aplique a fenómenos diferentes como el fascismo propiamente dicho y las dictaduras militares tradicionales.

(De “Los deseos imaginarios del peronismo” de Juan José Sebreli – Editorial Sudamericana SA)

Según Marcos Aguinis

Nacional y populista (1946-1950)
Dictatorial y amigo de las inversiones extranjeras (1951-1955)
Maldito de la burguesía (1955-1968)
Socialista y guerrillero (1969-1972)
Dialoguista (1972-1973)
Represión de la izquierda y terrorista de Estado (1974-1976)
Socialdemócrata (1982-1989)
Neoliberal (1989-1999)
Fascista (2003-2009)

Según Perón

“Me ubiqué en Italia entonces. Y allí estaba sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento. Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a juzgar los medios, que podrían ser defectuosos. Pero lo importante era esto: en un mundo ya dividido en imperialismos, ya flotantes, y un tercero en discordia que dice: No, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero socialistas nacionales. Era una tercera posición entre el socialismo soviético y el imperialismo yanki” (De “Crítica de las Ideas Políticas argentinas” de Juan José Sebreli – Editorial Sudamericana SA)

Un fenómeno incorregible

Por Marcos Aguinis

Hasta los mismos peronistas se ríen de la punzante afirmación de Borges, en el sentido de que no son buenos ni malos: son incorregibles.

Juan Domingo Perón era un coronel del GOU, logia militar germanófila que inspiró el golpe de Estado de 1943. Tenía frescas sus experiencias en Italia y Alemania y conocía el potencial de la clase trabajadora. Causó perplejidad cuando eligió un espacio tan modesto como la Secretaría de Trabajo y Previsión, en vez de un ministerio. Se esmeró en atraer la simpatía de algunos dirigentes obreros, para lo cual lo ayudaba su carácter seductor y afectuoso. En los conflictos laborales se pronunciaba siempre a favor de los trabajadores y éstos se quedaban pasmados al enterarse de que un militar propiciaba el aumento de los salarios y la multiplicación de sus organizaciones. Estaban felices de tener un inesperado aliado en el gobierno. Al mismo tiempo, el Estado Mayor del Ejército fortalecía su sueño de hegemonía continental gracias al respaldo que empezaba a recibir de los trabajadores.

En contra de las interpretaciones que vinieron después, su proyecto no era revolucionario sino fascista. Este dato hiere la buena conciencia de sus seguidores, pero no deja de ser ilustrativo que los fascistas locales siempre se identificaron con el peronismo. En uno de sus primeros discursos radiales, el 2 de diciembre de 1943, Perón dijo que “los gobernantes no se dan cuenta que la indiferencia que mostraban frente al conflicto social sólo servía para fomentar la rebelión”. Y lo que él pretendía era sofocarla…..mediante el control de los rebeldes (cosa que ocurriría durante su gobierno y los gobiernos peronistas sucesivos).

Agregó en 1944: “No siempre propugnaremos y defenderemos a las agrupaciones obreras, sino que es indispensable disponer de esas agrupaciones para poder cumplir con nuestro cometido” (en otras palabras, usarlas y sobornarlas si fuera preciso). Más claro fue en la Bolsa de Comercio: “Es preferible saber dar un 30% a tiempo que perder todo a posteriori". En 1945, ante el Colegio Militar, cerró sus reflexiones con un giro inolvidable: “esos señores son los peores enemigos de su propia felicidad, porque por no dar un 30% van a perder dentro de varios años o de varios meses todo lo que tienen, y además las orejas”.

Perón se inspiró en Benito Mussolini: no sólo las ideas, sino la organización, los discursos, la censura, la asistencia social, la escenografía, la propaganda, la represión política, el balcón. En 1926, cuando había creado el Dopolavoro, el Duce fue transparente: “Los patrones tienen un interés objetivo en elevar lo más posible el tipo de vida de los obreros, porque significa mayor tiempo de reposo. En los talleres, el trabajo es mejor y más productivo…Un capitalista inteligente no se ocupa sólo de los jornales, sino que piensa en casas, escuelas, hospitales y en campos de deportes para sus obreros”.

El uso frecuente de la radio lo puso en contacto con todo el país. El agresivo avance de Perón y su nunca desmentida simpatía por el Eje, puso en guardia a los sectores democráticos. Ya había empezado a ganar poder en el mismo gobierno, convirtiéndose es ministro de Guerra y Vicepresidente. Era la figura más sobresaliente, lo cual generó desconfianza y envidia entre sus colegas. Un grupo conservador consiguió que lo destituyesen y apresaran. Fue enviado a la isla Martín García, donde tras el golpe de 1930 habían encerrado a Irigoyen. Pero era tarde para sacarlo de escena. Su gestión había enamorado a una amplia franja del país y el 17 de octubre de 1945 se produjo una concentración en Plaza de Mayo que reclamó su libertad y su presencia.

Tomó entonces la decisión correcta: abandonó la Vicepresidencia, como exigían sus opositores, pero para darles batalla en elecciones limpias. Ya era el candidato de las Fuerzas Armadas, ahora se sentía el candidato de media nación.

El resto del espectro político formó una coalición que Perón derrotó en las elecciones del 24 de febrero de 1946. El país entró en vértigo.

Antes de asumir consiguió que el gobierno militar le facilitase la tarea interviniendo universidades y expulsando a los docentes que militaban en su contra. Luego de tomar el mando actuó con la velocidad del rayo para instaurar una suerte de dictadura legalista: se mantendrían las instituciones de la Constitución, pero debilitadas y sujetas a su poder unipersonal. Removió los cuadros administrativos y entabló juicio político a la Corte Suprema, que fue expulsada, y constituyó otra a su medida.

En el Congreso mantuvo disciplinada una mayoría que se tornó cada vez más obsecuente. La Policía Federal, creada tras el golpe de 1943, fue usada en contra de la oposición política y para reprimir los disturbios obreros. Creó el Fuero Policial para que los abusos de los comisarios leales gozaran de impunidad. Instituyó el “certificado de buena conducta” como requisito indispensable para buscar trabajo, viajar al exterior o inscribirse en la universidad; era una sutil manera de encadenar a todos los habitantes y desalentar cualquier protesta. Controló los medios de comunicación y no titubeó en expropiar el diario La Prensa, que lo criticaba. Llegó al extremo de exigir a las instituciones culturales que solicitaran permiso para publicar o reunirse.

Intervino las seis universidades nacionales entonces existentes y puso en marcha una implacable purga. En mayo de 1946 completó la expulsión de casi dos tercios del cuerpo de profesores y en octubre del año siguiente colocó las administraciones universitarias bajo el directo control de sus agentes. Acabó con la autonomía y sepultó los principios de la Reforma.

La marcha hacia una hegemonía férrea fue sistemática. En 1949 reformó el Código Penal y convirtió en delito “ofender de cualquier manera la dignidad de un funcionario público”. De este modo impidió que se realizaran o circulasen denuncias contra el enriquecimiento ilícito de casi todos los funcionarios. En 1951 estableció la curiosa ley del “estado de guerra interno”, que amplió la competencia de la justicia militar a vastos sectores de la población civil. La delación creció hasta convertirse en virtud, como en los regímenes totalitarios. El miedo se expandió hasta extremos desconocidos. Al mismo tiempo, se dilapidaban fortunas en una propaganda sin freno acerca de las pequeñas y grandes realizaciones gubernamentales o sobre los conmovedores méritos de Perón y de su esposa; la publicidad invadía la radio, el cine, la prensa escrita, las paredes, las tapias, los costados de los caminos.

Se puso en marcha un asistencialismo impúdico, desordenado. No sólo se repartieron grandes cargamentos de ropay comida, sino que las Unidades Básicas ofrecían juguetes, sidra y pan dulce. El objetivo central no consistía en eliminar la marginalidad, sino en despertar un enfervorizado sentimiento de gratitud. Cada regalo venía acompañado por emblemas partidarios y la foto de la pareja gobernante. No lo daba el Estado ni el gobierno: lo daban Perón y Evita. Muchas bicicletas, viajes, muebles, subsidios y otros regalos de la más diversa índole cambiaron la vida y la mente de muchas personas. En numerosos casos aportaron el bien y ayudaron a fortificar la autoestima de gente marginada, pero también contribuyeron a que millones se acostumbrasen a quedar sólo prendidos a las ubres del Estado: los pobres, los ricos y el empresariado nacional. A mediano plazo fue un desastre.

Juan Perón tenía un estilo que combinaba tres elementos: su formación castrense, la picardía del paisano y la chabacanería del porteño. Seducía en la intimidad y enardecía en las plazas. Su palabra era fluida y subyugante; su sonrisa, gardeliana, abrazaba a casi todos los que se le ponían delante y saludaba con los brazos en alto, de manera cálida y triunfal. Cuando se dirigía a la multitud desde el balcón de la Casa Rosada, no temía el ridículo de preguntarle si estaba conforme con su gestión. Las masas, hipnotizadas por su magnetismo, bramaban un furioso “¡Síííí!”, que funcionaba de plebiscito.

Eva María Duarte de Perón irrumpió como un cometa desbordado por la energía y el resentimiento. Llevaba cicatrices de la marginación y la injusticia, tenía envidia y necesitaba ser amada. Por sobre eso le sobraba un rasgo decisivo: el coraje. Cuando ingresó en el poder evidenció apuro por desquitarse de sus carencias pasadas, gozar de pieles, joyas y viajes, hacerse obedecer por quienes gobernaban y maltratar a los poderosos como ellos la habían maltratado; hasta insultaba con palabrotas a los ministros que resistían sus órdenes. Era bastarda como, bastardos fueron millones de mestizos, el gaucho y Carlos Gardel y, a medias, el mismo Perón Le sobraba desenfado para convertirse en una incontrolable diablesa.

Aplastó las empingorotadas damas de la Sociedad de Beneficencia y las reemplazó por la Fundación Eva Perón (ni ella ni su marido tenían recato para bautizar con sus nombres cuanto se les ocurriese: calles, escuelas, plazas, incluso ciudades y provincias). Se convirtió en la “abanderada de los descamisados”. Sus discursos aumentaron en agresividad y difundieron un sentimentalismo que crispaba el lenguaje habitual, pero encantaba a las multitudes. Poco antes de morir lanzó su libro La Razón de mi vida, elevado a texto de lectura obligatoria hasta en las clases de idiomas extranjeros.

Su trabajo asistencial, su entrega incondicional al líder, su belleza, su actividad incasable, sus salidas escandalosas y su intromisión en la política sin pedir permiso jamás, facilitaron la idealización. Se convirtió en un mito hermoso, universal, que se presta al melodrama y por eso fue exitosamente aprovechado por el teatro y el cine. Su muerte a los treinta y tres años, la edad de Cristo, en el apogeo del poder, arranca lágrimas al más indiferente.

Pero, en contra de lo que el mito propone, la documentación y los testigos revelan que Eva Perón contribuyó a la inmovilización del país, no a su crecimiento. Su Fundación conseguía recursos de origen desconocido y llevó al paroxismo el Estado paternalista: a cambio de repartir regalos, cosechó gratitud y sometimiento. Parecía Robin Hood quitándole dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Sin embargo, los ricos que le entregaban sus cheques o sus mercaderías con una sonrisa benévola, no se volvieron menos ricos, porque obtenían de inmediato el permiso de resarcirse con una autorización oficial para aumentar los precios. En cambio, los que se negaban, eran perseguidos por “agio y especulación” en el mejor de los casos, porque hubo algunos que hasta sufrieron expropiación y exilio. Sin vuelta. Es claro que los pobres no dejaban de ser pobres: casi siempre recibían pescado y no cañas de pescar. No les estimulaba la iniciativa y la independencia, sino la pasividad. El mecanismo perverso de ser “mantenidos”, de vivir a costa del erario público, se vigorizó. El dañino modelo de la oligarquía rentista, que disfrutaba sin esfuerzo ni riesgo de la riqueza de la tierra, era ahora aplicado a los trabajadores, que empezaron a disfrutar de lo que regalaba el Estado o la Fundación. Y que aún sueñan con volver a lograrlo.

Su modestia no era auténtica. Una carpeta de octubre de 1950 revela cómo instruyó a los embajadores argentinos en Bélgica, Holanda y Suecia con el fin de que sus gobiernos le otorgaran sus más altas condecoraciones. Los belgas trataron de conformarla con una medalla menor, que ella rechazó de plano. Los holandeses consultaron a los británicos y éstos, temiendo que les exigiese lo mismo, recomendaron “la más firme resistencia”. El Foreing Office no ocultó su malestar: “Las ambiciones de Eva Perón no tienen límites. Los próximos tentáculos parece que serán colocados en Noruega, Dinamarca y el Vaticano”.

Por un lado se sancionaban leyes que beneficiaban a los trabajadores como nunca antes, por el otro se los obligaba a afiliarse a los sindicatos manipulados por el líder. Los dirigentes que se negaban a la obsecuencia eran desplazados y algunos, perseguidos. Las huelgas fueron aplastadas sin anestesia; en la Reforma Constitucional de 1949 se llegó al extremo de que la representación peronista se opusiera en forma expresa, sin ruborizarse, al derecho de huelga. Las movilizaciones fueron prohibidas, excepto las organizadas para convalidar el régimen. Quienes apoyaban el peronismo vivían de fiesta, quienes lo repudiaban debían callar o exiliarse.

La política económica tenía el sesgo de la ubicua intervención estatal. Continuaba la tendencia predominante en el mundo de estatizar, controlar y planificar. Esto llevaba al monopolio, la corrupción y la ineficiencia. Los controles estaban al servicio de amigos y fieles, no de la gente más capaz. Se compraron los ferrocarriles con intensa propaganda, a fin de ganar sufragios y encubrir un negociado terrible; la operación fue presentada como fruto de una negociación genial, pero se pagaron 2.462 millones de pesos por bienes que la Dirección Nacional de Transportes había valuado en 730…..

En 1950 se empezaron a notar las consecuencias del despilfarro sostenido. Aunque la Constitución de 1949 expresaba a través de su cacareado artículo 40 que los recursos del suelo son inalienables –“bastión de nuestra soberanía” según Scalabrini Ortiz-, Perón decidió violarlo mediante concesiones a la petrolera California. En 1952 se debió comer sólo pan negro, por falta de trigo en el país del trigo. Los lingotes de oro del Banco Central se habían esfumado.
Las fallas se tapaban con discursos agresivos, los opositores eran acusados de contreras, vendepatrias y cipayos. No quedaban resquicios por donde manifestar la crítica sin ser descalificado como enemigo del país.

En lo cultural se degradó la excelencia. Lo nacional equivalía al folklore. Se confundía arte popular con arte pobre. Es cierto que se recuperaron muchas fuentes y se ampliaron los escenarios. Pero se alió el atraso con la reacción.
La universidad sufrió profanación y devalúo. Junto a muchos artistas, ilustres investigadores debieron dejar el país. Los docentes eran elegidos con criterio político y se los obligaba a cometer actos humillantes como, por ejemplo, solicitar la reelección de Perón, otorgar doctorados honoris causa a Eva, tomar exámenes todos los meses y formar mesas especiales (secretas) para los líderes de la CGU. Este sistema de exámenes mensuales fue presentado como una “conquista” estudiantil, pero en realidad era soborno, una concesión al facilismo, que permitía graduarse sin esfuerzo.

El ingrediente fascista que latió durante el primer peronismo llevó a un punto crítico después de la reelección presidencial. O el régimen avanzaba hacia un Estado abiertamente totalitario o se desmoronaba. La fiesta inicial, las publicitadas reivindicaciones, el “teatro” de la revolución, el endiosamiento del líder empezaron a dar muestras de agotamiento. La nueva dirigencia, integrada por burócratas sindicales, policías, funcionarios venales, nuevos ricos y lumpen con poder, generó creciente rechazo. La ambición de instaurar un partido único hizo agua y pocos meses antes de su caída el gobierno cedió la radio a dirigentes de la oposición. Pero los tiempos se habían consumido. No alcanzaron las movilizaciones de masas, ni el lenguaje incendiario, ni la exaltación nacionalista.

Una coalición de Fuerzas Armadas, clero y partidos opositores llevó a cabo la denominada Revolución Libertadora. Perón fue acusado de haber cometido traición a la patria, degradado las instituciones de la república y haberse enriquecido a costa de la nación. Se lo empezó a llamar “el tirano depuesto”. Se prohibió su nombre, su partido y sus símbolos; despareció el cadáver embalsamado de Evita, se borraron todas las referencias a la pareja que fue gobernante y se destruyeron sus estatuas y cuadros.

El odio acumulado se extendió al común de la gente que lo amó y apoyó. Un desprecio inconsciente, robusto, que proviene del fondo de nuestra historia, se derramó sobre los peronistas, identificados con hez del país, como lo habían sido a su turno los indios, los negros, los gauchos, los mestizos y los inmigrantes. Fueron señalados como la barbarie irremediable. No sólo eran los cabecitas negras, sino algo más horrible: el aluvión zoológico, la multitud salvaje que pretendía arruinar la civilización.

El fanatismo antiperonista se cobró venganza por el virulento fanatismo peronista que le precedió. Figuras equilibradas y lúcidas nunca perdonaron a Perón sus abusos e irresponsabilidad. Incluso les costó comprender que millones de seres mantendrían una gratitud inmarcesible hacia el hombre y el régimen que los había hecho sentirse dignos e importantes, aunque el régimen hubiese sido una tiranía que desnaturalizó muchos valores. Jamás reconocerán cuan psicópata y corrupto fue Perón: sólo recordarán sus regalos y su afecto.

(Extractos de “El atroz encanto de ser argentinos” de Marcos Aguinis – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2001)

La opinión de Jorge L. Borges



Quince años han bastado para que las generaciones argentinas que no sobrellevaron o que por obra de su corta edad sólo sobrellevaron de un modo vago el tedio y el horror de la dictadura, tengan ahora una imagen falsa de lo que fue aquella época. Nacido en 1899 puedo ofrecer a los lectores jóvenes un testimonio personal y preciso.

Dijo Croce: “No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas”. La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama “viveza criolla”.

El dictador traía a Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos. El 17 de octubre los almaceneros recibían orden de cerrar para que los devotos no se distrajeran en ellos.

Las masas gritaban “la vida por Perón”, decisión retórica que olvidaron como el propio Perón, en cierta mañana lluviosa de septiembre de 1955. Diríase que el triste destino de Buenos Aires –conste que soy porteño- es enmendar cada cien años un tirano cobarde del cual nos tienen que salvar las provincias.

(Del Diario Los Andes)

Exito del modelo Kirchner

Decimos que hemos logrado el éxito cuando podemos hacer realidad nuestros objetivos y proyectos. De ahí que no podamos dudar del éxito logrado por los Kirchner al frente del país.

Considerando su ideología peronista-fascista, tendencia opuesta al capitalismo, debe considerarse que la fuga de capitales, por un monto cercano a los 43.000 millones de dólares, desde que está en la presidencia Cristina Fernández de Kirchner, es un objetivo concretado. Esta fuga hacia el exterior se debe a que los empresarios y ahorristas tienen muy poca confianza en el rumbo elegido por quienes dirigen al país.

Para tener una idea de lo que significa 1 millón de dólares, podemos decir que pueden construirse en la Argentina unas 10 casas bastante cómodas o unas 20 pequeñas casas de barrio. Podemos imaginarnos la magnitud de los 43.000 millones que se fueron para afianzar el desarrollo de los países del primer mundo……..a pesar de que se predica desde el gobierno en contra de tales países.

Además de ahuyentar con eficacia a los capitales, los Kirchner han trabado las exportaciones del campo de manera que en un lapso no muy grande, la Argentina deberá importar, posiblemente, leche, carne, trigo, etc.

De todas formas, se afirma que no es lícito criticarlos por cuanto otros gobiernos anteriores también han hecho bastantes desastres sociales……De ahí que debamos contemplar en silencio la caída de nuestro país.

Se dice que estamos aislados del mundo, sin embargo, ello no es verdad; hemos olvidado que formamos parte del nuevo Imperio que renace en Sudamérica: el Imperio Bolivariano chavista. Además, como los amigos de los amigos son nuestros amigos, somos también aliados de Irán, que pronto tendrá listos sus misiles para atacar a sus “enemigos” con bombas nucleares.

Más de una tercera parte de la población, según se extrae de las últimas elecciones, está de acuerdo con la tendencia adoptada por el país. Sólo queda preguntar a ese sector si considera que es más importante que la integridad de la Nación la defensa de ideologías foráneas que hace años fueron abandonadas aún por los países más representativos en cuanto a esa forma de mirar la realidad.

Roberto Cachanosky escribió: “Los economistas sabemos los perjuicios que generan en la economía las regulaciones, los precios máximos y mínimos, el ataque a la propiedad privada, etc. Todo eso lo sabemos. Lo que no sabemos es porqué los gobiernos establecen este tipo de medidas que son perjudiciales para el crecimiento económico. Dicho en otras palabras, los economistas podemos formular pronósticos sobre el resultado de ciertas políticas que adoptan los gobiernos, lo que nos falta explicar es por qué se aplican esas medidas. Qué es lo que lleva a los políticos a adoptar políticas económicas que conducen al fracaso y, en nuestro caso particular, por qué han insistido en el fracaso tanto gobiernos militares como civiles” (De “El síndrome argentino” Ediciones B)